Mientras que el país estallaba en protestas en contra de las desigualdades económicas y raciales en junio 2020, dos jóvenes de 22 años y su bebé perdieron sus vidas en el barrio de Los Ángeles, Wilmington, California. Pero no murieron a causa de la policía ni por COVID-19, sino porque el lugar donde murieron encarnaba esas mismas desigualdades.
La joven pareja, Isaac Muriel y Chyna Waddle, murieron en un accidente aparatoso, su sedán gris se estropeó debajo de un camión de plataforma en la autopista de la Costa del Pacífico. El tramo de Wilmington de esa autopista no es la carretera de dos carriles que se ha convertido en sinónimo de la costa californiana, sino un coloso de seis carriles que sirve de arteria las 24 horas del día para los semirremolques que se dirigen hacia y desde el puerto de Los Ángeles, en el límite del corredor industrial de Wilmington.
Muriel y Waddle fueron sólo dos de 40 residentes en la pequeña comunidad de 8.5 millas-cuadradas que perdieron su vida ese mes. Esta comunidad de 55,000 personas, donde el 90 por ciento de los residentes son latinos y solo 4 por ciento son blancos, no es ajena a la tragedia. En los seis años previos a la pandemia del Coronavirus, un promedio de 272 residentes fallecieron en Wilmington cada año. En los últimos dos, 390 personas fallecen cada año— un 45 por ciento más que en el año anterior. La diferencia de cifras hace quedar pequeño incluso al salto de 30 por ciento observado en Los Ángeles en el mismo periodo.
Con el país acercándose a 1 millón de muertes a causa del COVID-19, a los estadounidenses se les ha ofrecido poco tiempo para el duelo y procesar la muerte que nos rodea. Una mirada atenta a Wilmington, un lugar que se enfrenta a muchos problemas superpuestos que contribuyen a la muerte prematura, muestra que el verdadero número de víctimas de la pandemia se extiende más allá de las muertes atribuidas estrictamente al COVID-19. También puede ayudar a prevenir tragedias similares en el futuro.
Wilmington es una comunidad frente al mar que no se beneficia de los programas sociales, económicos y de salud pública usualmente asociados a tal título. Al sur y al oeste se encuentran las comunidades costeras prototípicas de San Pedro, Rancho Palos Verdes, y las Estancias de Palos Verde. Aquí son comunes los hoteles cinco-estrellas, espacios verdes protegidos por la ley, y hasta un Club de Gulf Nacional de Trump.
De todas las 35 áreas de ‘planes comunitarios’, Wilmington tiene la quinta expectativa de vida más baja. Residentes que viven apenas a seis millas en Rancho Palos Verdes y en las Estancias de Palos Verdes — un viaje de 15 minutos — tienen una expectativa de vida 7 años más larga. A veces esta realidad puede parecer difícil de escapar, según Jesse Márquez, quien ha vivido en Wilmington toda la vida.
“Puede sonar loco,” Márquez, un organizador comunitario dijo, “pero a veces sí que parece qué hay una enfermedad en el aire. “
La pandemia no ha hecho más que intensificar este sentimiento. Un análisis de Grist de los datos del Departamento de Salud Pública de California ha encontrado que durante 2020 y 2021, Wilmington sufrió 236 muertes en exceso — el número de muertes por todas las causas más allá de la expectativa típica anual, antes de la pandemia. Ajustado a la población, Wilmington sufrió aproximadamente 430 muertes en exceso por cada 100,000 residentes, un número que eclipsa el número de muertes en exceso ajustados a la población no sólo de sus vecinos, si no también de la población de California en general. Esto es a pesar de la población increíblemente joven de Wilmington, que es la cuarta más joven de los 264 vecindarios del pueblo. El residente promedio de Wilmington es 14 años más joven que el residente promedio de San Pedro, Rancho Palos Verdes y las Estancias de Palos Verdes — un hecho se podría esperar que librara a la comunidad de muchos de los estragos de los últimos dos años.
Mediante el uso de modelos de muertes en exceso, los investigadores globales estiman que en el mundo se ha duplicado o incluso cuadruplicado el número de muertes reportadas en los recuentos oficiales desde el año 2020. La modelización de muertes de exceso funciona comparando el número de muertes de un año en una población determinada con el número anual de muertes de referencia de la misma población— el promedio esperado en un año “normal”. Este modelo puede arrojar luz sobre la amplitud de nuestras crisis de salud pública actuales de una manera más clara que los recuentos oficiales de COVID-19.
Por ejemplo, según la base de datos del Departamento de Salud Pública del Condado de Los Ángeles, 104 residentes de Wilmington murieron con COVID-19 en el 2020 y 2021 – pero esto solo representa 40 por ciento de todas las muertes en exceso en la comunidad durante ese tiempo. En cambio, a través del condado, COVID-19 fue responsable de casi el 75 por ciento de todas las muertes de exceso.
Las otras 130 muertes en exceso cuentan la historia de una comunidad cuya población cuenta con un 40 por ciento de población inmigrante, dónde albergan 300 sitios contaminantes y el aire contiene niveles mortales de contaminación. Es una historia compuesta por niveles altos de pobreza, inseguridad alimentaria, y falta de accesos a servicios sanitarios. Según un análisis de Grist de los datos del Departamento de Salud, 80 de las muertes de exceso en Wilmington se debieron a homicidios, daños accidentales y no intencionales, Alzheimer, enfermedades del riñón, padecimientos del corazón — alta presión sanguínea, infarto cerebral — todos los cuales, según las investigaciones, se ven exacerbados por los altos niveles de contaminación.
Wilmington brinda de combustible a todo el país— se estima que el 40 por ciento de todas las importaciones de EE.UU. se mueven a través del puerto cercano — y sus residentes son los que pagan el precio. En 1981, 500,000 contenedores se movían por el Puerto de Los Ángeles; hoy ese número es más de 10 millones. Es posible que su propio teléfono, carro y muebles hayan sido transportados en camiones por las calles de Wilmington. El petróleo y el gas que nos mueven por todo el país podrían haber sido refinados en su suelo.
De hecho, más del 18 por ciento de la superficie terrestre total de Wilmington está ocupada por refinerías de petróleo — casi 3.5 veces más superficie que se le otorga a espacios verdes abiertos y accesibles, según un análisis de Grist. Desde el año 2000, más de 16 millones de libras de sustancias químicas tóxicas, principalmente cianuro de hidrógeno, amoníaco y sulfuro de hidrógeno, se han vertido en el aire de Wilmington desde los sitios industriales de la ciudad, según la Agencia de Protección Ambiental, o EPA.
Una señal de los problemas estructurales que conducen a la muerte prematura en Wilmington es el lugar donde muere la gente. En los últimos dos años, Wilmington vio un exceso de 50 muertes en la casa en comparación con los años normales, lo que indica una falta de acceso tanto a la atención preventiva como a los cuidados paliativos. Según el Sistema de Vigilancia de Factores de Riesgo del Comportamiento de 2019 de los CDC, se estima que el 28 por ciento de los residentes de Wilmington no tienen seguro médico, más de tres veces el promedio nacional. Adicionalmente, casi el 80 por ciento de los residentes de Wilmington son hispanohablantes nativos, según la Encuesta de Comunidad Americana de 2019.
“Aquí hay estratos”, dijo Fatima Iqbal-Zubair, ex-maestra de ciencias ambientales que se postula para representar a Wilmington en la asamblea estatal de California. “Las personas no están documentadas, a menudo están excluidas de los programas de seguro médico y es menos probable que tengan una verdadera representación política”.
“Todos estos factores sociales aumentan el riesgo de muerte prematura de las personas”, añadió.
Las muertes en casa también generan escepticismo sobre las en las muertes a causa de COVID-19 en Wilmington: Las personas que mueren en casa son menos probable a pasar por investigaciones de muerte, que incluiría una prueba de COVID-19 en la autopsia. Un estudio reciente publicado en septiembre por la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, en el que se analizaron récords de muertes de 2,100 E.E.U.U. condados cubriendo 97 por ciento de la población del país, encontró que había más muertes en exceso, incluyendo muertes a causa de COVID-19 no incluidas con exactitud en la cifra de muertes por COVID-19, en condados con acceso limitado a seguro de salud y servicios sanitarios, así como en condados con más muertes ocurridas en casa.
El riesgo a muerte prematura a causa de contaminación en Wilmington presidió COVID, y probablemente empeoró la pandemia. Según la herramienta de Indicadores Ambientales de Evaluación de Riesgos de la EPA, que analiza cómo facilidades industriales afectan la salud humana, el riesgo sanitario de la contaminación en Wilmington es 21 veces más alto que es en sus comunidades vecinas de Rancho Palos Verdes and Palos Verdes Estates. Según un análisis de ProPublica con data de EPA, una refinería de 425 acres propiedad de la empresa Phillips 66 contribuye a alrededor del 87% del exceso de riesgo de cáncer de la ciudad, sobre todo debido a sus emisiones de benceno. El benceno, un líquido incoloro que se quema durante la producción de petróleo y gas, es uno de los productos químicos más cancerígenos utilizados en las operaciones industriales, conocido principalmente por causar leucemia y otros cánceres de células sanguíneas.
“El cáncer y la muerte es algo de lo que oímos hablar constantemente casi a diario [en Wilmington]”, dijo Márquez, que aprendió los fundamentos de la ciencia medioambiental caminando por su comunidad en lugar de hacerlo a través de los libros. “Es difícil no sentirse molesto y afectado por ello cada día. ¿Cómo podemos acabar con tantos de nuestros vecinos con cáncer de mama, cáncer de pulmón, leucemia — muriendo — y actuar como si fuera normal?”
Un estudio de 2017 descubrió que las emisiones de benceno de cinco refinerías en el área mayor alrededor de Wilmington estaban siendo subestimadas por factores que iban desde 3.2 hasta otros 202. Las emisiones no parecen haber disminuido mucho desde entonces: Según el informe de emisiones de 2020 de la refinería, entregado a la EPA, la planta de Phillips 66 en Wilmington emite benceno en una cantidad que fue más del doble de su tasa de 2019. Aunque la muerte ha disparado en la comunidad últimamente, Verónica Terríquez, directora del Centro de Investigación de Estudios Chicanos de la UCLA, atribuye la realidad actual de la ciudad a su desinversión pasada.
“Puede que la pandemia haya exacerbado las desigualdades en Wilmington, pero los malos resultados vitales de la ciudad son históricos”, dijo Terríquez. “No es una casualidad que en un lugar donde los residentes tienen poco poder político que aprovechar, esté siendo golpeado por todos lados con el abandono ambiental y social”.
La tierra en la que se asienta Wilmington, anexionada mediante la expansión occidental y la aniquilación de los pueblos indígenas, fue dragada a finales de la década de 1870 para crear lo que hoy es el mayor puerto oceánico de toda Norteamérica. En el plazo de dos décadas, una red de perforaciones y refinerías de petróleo apareció por toda la ciudad.
La comunidad industrial, en rápida expansión, se convirtió en la sede de la Costa Oeste para la fabricación de automóviles y barcos, así como para las operaciones militares de Estados Unidos. Hoy en día, los restos de la guerra y los residuos industriales se encuentran entre casas, escuelas y negocios. Hay un salón hecho polvo en ruinas de 160 años de antigüedad que contenía munición y pólvora durante la Guerra Civil, y el campus del colegio universitario de la ciudad, que en su día albergó a miles de prisioneros de guerra italianos durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando la identidad industrial de Wilmington se cristalizó a principios del siglo XX, la ciudad de Los Ángeles se apresuró a anexionar la comunidad y hacerla parte del sistema municipal de la ciudad, capturando gran parte de sus ingresos en el proceso.
Una transformación social seguida por la lenta expansión industrial de la ciudad: la huida de los blancos. Los residentes blancos de la ciudad, que históricamente habían sido mayoría, ahora podían permitirse vender sus casas — su valor aumentando por la dirección de Los Ángeles — y alejarse de la contaminación. Muchos se instalaron en las ciudades vecinas de Estancias de Palos Verdes y Rancho Palos Verdes. La nueva clase de residentes, en su mayoría inmigrantes, heredó el desorden que otros dejaron atrás.
Debido a que el distrito municipal de Wilmington está geográficamente aislado del resto de la ciudad de Los Ángeles, muchos residentes pueden pasar toda su vida sin saber que son técnicamente residentes de Los Ángeles, según Bryant Odega, un organizador del clima del Movimiento Sunrise que actualmente se postula para representar a Wilmington en el Consejo Municipal de Los Ángeles.
“La gente negra y morena de Los Ángeles ha estado expuesta a la contaminación y a todas las cosas que causan cáncer, asma y problemas de salud, y ha sido excluida de todas las piezas que componen una comunidad saludable”, dijo Odega, añadiendo que el aislamiento geográfico de Wilmington hace más difícil construir “poder comunitario”.
Si bien la posición de Wilmington como vertedero industrial de la ciudad de Los Ángeles sustenta sus malos resultados sanitarios, también puede crear un ciclo de dependencia. Las operaciones industriales constituyen al menos el 40% del perfil empresarial de Wilmington, según la Oficina del Censo de Estados Unidos. Convertirse en trabajador portuario o petrolero es la “principal forma de entrar en la clase media” de la zona, explicó Odega.
El puerto de Los Ángeles da empleo a más de medio millón de personas en todo el sur de California y a 1.6 millones en todo el mundo. Las cinco refinerías que rodean Wilmington solas emplean a otras tres o cinco mil personas. Las empresas industriales también gastan millones de dólares en la zona, financiando desde clases especializadas en el instituto local hasta programas de verano para jóvenes, organizaciones comunitarias de salud mental, clínicas de salud y reparaciones escolares.
“A los residentes se les ha dejado una falsa elección: aceptar estos perjuicios para alimentar a sus familias y pagar la atención sanitaria o caer en una profunda pobreza”, añadió Odega.
Terriquez sostiene que Wilmington ofrece una ventana a uno de los mayores dilemas filosóficos de nuestro país: qué muertes consideramos aceptables frente a las que deberíamos gastar recursos en prevenir. “Cuando [los políticos] miran a una comunidad como Wilmington, una comunidad vulnerable que pasa por traumas -traumas de salud y traumas de salud mental- los descartan”, dijo Terriquez. “Tratan sus vidas como prescindibles”.
Pero, aunque los líderes políticos hayan ignorado históricamente las necesidades de Wilmington, hoy hay una nueva cosecha de residentes, activistas y políticos que sueñan juntos y trabajan por una comunidad más sana. La visión, según Iqbal-Zubair, está a solo una transición de la economía extractiva de los combustibles fósiles de la que la ciudad ha dependido durante mucho tiempo. Inspirándose en los llamamientos a una economía “regenerativa” realizados por activistas laborales y medioambientales en la década de 1970, la visión exige el fin de la extracción de combustibles fósiles y la inversión en la producción local a pequeña escala, los sistemas alimentarios y la energía limpia.
“Creo que tenemos que llegar a un mundo en el que no tengamos refinerías, pozos de petróleo ni puertos masivamente contaminantes”, dijo Iqbal-Zubair. “Quiero ver un Los Ángeles que obtenga toda su energía de fuentes renovables: que los residentes de Wilmington salgan a la calle para ver paneles solares o parques eólicos”.
“Imagino un lugar en el que los padres puedan dejar que sus hijos salgan a la calle y tal vez dejen la puerta abierta y no estén preocupados por la violencia o el aire irrespirable”, continuó. “Queremos que la gente se sienta segura en su comunidad”.
Márquez está de acuerdo. Su optimismo por una versión diferente y más sana de Wilmington le hace seguir adelante a pesar de llevar toda una vida viendo cómo se descuida su casa. “Puedes tener a todos los doctores, científicos, investigadores y profesionales de la medicina del mundo diciéndonos lo que está mal”, dijo. “Pero nos queda a nosotros, la comunidad, hacer algo al respecto”.
Este artículo se ha elaborado como proyecto para la beca 2021 Data del Centro Annenberg de Periodismo Sanitario de la USC.
Traducción y edición por Andrea Corona.